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La violencia sexual contra mujeres indígenas dentro y fuera de sus comunidades

(Primera parte de tres)

Por Fabiola López Sosa

 

La discriminación ha sido y es una constante en la vida de los pueblos indígenas.  A cinco siglos de explotación y discriminación, es en sus formas de resistencia donde los gobiernos comienzan a mirarlos, pero se rehúsan a escucharlos. Paradójicamente, los derechos de los pueblos indígenas están presentes en los discursos oficiales, sobre todo después de la Revolución Mexicana, a principios del siglo XX, cuando se buscó forjar una identidad nacional.

No obstante, las raíces indígenas de los mexicanos han sido, en la realidad, poco valoradas e incluso despreciadas por gran parte de la población mestiza.  La falta de un reconocimiento a la diferencia, genera prácticas discriminatorias que devienen en desigualdades sociales marcadas por la inequidad al asumirse los “unos” superiores a los “otros”.

La marginación en que se encuentran los pueblos indígenas obedece a las políticas económicas y sociales de dominación implementadas por los gobiernos  empeñados en “incorporar” a los pueblos indígenas a las estructuras occidentales.  No obstante, éstos están afirmando su identidad y su diferencia, resistiendo todos los días desplazamientos, despojos, incendios, encarcelamientos, así como torturas, asesinatos, violaciones sexuales,  desapariciones y la represión generalizada contra hombres, mujeres e infantes, cometida con total impunidad.

Dentro de estas luchas de resistencia se encuentran las mujeres también resistiendo.  Aguantando sobre ellas todo el peso de un sistema que se ha empeñado en mantenerlas en franca subordinación con respecto a los hombres. Las relaciones sociales entre hombres y mujeres se encuentran marcadas por la inequidad de género, es decir, no existe un equilibrio de poder donde ambos se complementen en condiciones de igualdad.

La complementariedad al interior del núcleo familiar pasa entonces a vivirse, dentro de la sociedad capitalista actual, como “una desigualdad profunda para las mujeres: son complementari@s hombres y mujeres igual que son complementarios los latifundistas y los peones durante el proceso productivo, es decir, en posiciones de una desigualdad material y de poder muy grande”.1

La superioridad que se ha adjudicado a los hombres  y por consiguiente el grado de inferioridad reservado a las mujeres, se encuentra arraigado en las costumbres y tradiciones propias de cada cultura.  Si bien existen diferencias muy notables entre unas y otras, el patriarcado que rige las relaciones sociales, con un alto grado de discriminación hacia las mujeres, es una característica en común.

En este sentido, se debe resaltar que dichas relaciones inequitativas están basadas en la construcción simbólica de lo femenino y lo masculino, es decir, a partir del sexo biológico comienza a edificarse el género, estableciéndose así una serie de normas y conductas socialmente aceptadas que diferencien a hombres de mujeres.2

Ésta distinción del género permitió la división sexual del trabajo, ubicando a la mujer en el ámbito privado y al hombre en el espacio público, situación que ha generado una serie de estereotipos que limitan y condicionan el desarrollo de los individuos. De esta manera, se acentúan formas de dominación sobre las mujeres, practicadas, dirá Marcela Lagarde, por instituciones y sujetos, que van desde instituciones estatales y civiles, hasta los hombres lejanos y públicos, próximos e íntimos.3

No obstante, se debe resaltar que, al ser el género un hecho social basado en las diferencias sexuales, es susceptible al cambio. Por lo tanto, las relaciones desiguales e inequitativas entre hombres y mujeres no son “naturales” y tampoco deben permanecer inalterables.

La situación de desigualdad y opresión se hace más evidente al interior de los pueblos indígenas, en donde las mujeres, a pesar de ser unidad esencial para el desarrollo de sus comunidades como herederas y transmisoras de una cultura y tradiciones ancestrales, así como guerreras incansables luchando a lado de los hombres contra un sistema dominante que intenta desaparecerlos, sus derechos no han sido reconocidos.

Las mujeres y su lucha cotidiana han sido opacadas por muchas prácticas basadas en los usos y costumbres que se contraponen al respeto de la dignidad de las humanas. “La discriminación, explotación, exclusión en la toma de decisiones, casamientos impuestos, maternidades involuntarias, dependencias de la autoridad masculina, trabajo interminable y no reconocido, exclusión de la propiedad, golpes y violencia sexual, violación permanente a sus derechos junto a las agresiones de las autoridades y del ejército”4 es la herencia de un pensamiento arcaico que se fue acentuando en todas las estructuras en el momento mismo de la Conquista española en el siglo XVI. La mujer indígena fue despojada de su humanidad e identidad para ser tratada como objeto de trabajo y placer sexual.5

Es durante la época de la Colonia cuando las mujeres indígenas son obligadas a unirse a todos los desposeídos y explotados por su sexo y clase dentro del sistema capitalista mercantil.  Su situación social cada vez más deplorable las colocó en desventaja respecto al resto de la población mestiza e indígena.  En este sentido, la triple discriminación a que se hace alusión al referirse a la situación actual de las indígenas –etnicidad, sexo y clase– ya se estaba forjando.

Con la Revolución Mexicana no mejoró su situación, al contrario, la violencia física y sexual se recrudeció, tanto al interior de las comunidades como fuera de ellas.  Los hombres, sea cual sea el grado de parentesco con las mujeres –padres, hermanos, esposos, hijos–  asumen que tienen derechos sobre ellas y sus cuerpos, simplemente por ser mujeres y por lo tanto, inferiores.

Este pensamiento misógino permanece hoy en día dando pie a múltiples expresiones de la violencia contra las mujeres –económica, jurídica, política, ideológica, moral, psicológica, sexual y corporal–.  En este artículo se abordará únicamente el tema de la violencia sexual ejercida contra mujeres indígenas dentro y fuera de sus comunidades.